Sedas con los cuatro colores del Grupo Social ONCE

Mi soledad y yo

“Mi soledad y yo, sin ti, no nos llevamos bien. Me paso el día imaginando nuestro encuentro imaginario”. Así se expresa el cantante español Alejandro Sanz en su tema “Mi soledad y yo”. En esa línea, son muchos los autores que han dedicado letras a la soledad, entendida en diferentes realidades, pero siempre con la nostalgia por alguien o por algo, normalmente por no contar con personas con quienes compartir siquiera un rato de conversación. Desde Emilio José y “Ay mi soledad” a la Oreja de Van Gogh y su “Soledad”, poetas y cantantes han dedicado sus momentos más nostálgicos a una temática que, en los tiempos que corren, salta por encima de la música o de la poesía a la cruel realidad, para ser considerada ya casi una pandemia. 

Una realidad que afecta sobre todo a los países más desarrollados (normalmente los más envejecidos), que buscan con urgencia soluciones. No es una soledad deseada; es un soledad no deseada, no buscada, no esperada; que golpea con fuerza a los mayores, pero también a los jóvenes y, con especial virulencia, a otros grupos sociales como a las personas adultas con discapacidad quienes reconocen, en un 50% de los casos, que se sienten solas, frente a la media del 15% del resto de la ciudadanía.

El dato constata una realidad cruel, más allá de lo imaginado. Muchos adultos con discapacidad, de todo tipo, se encuentran en duras realidades de soledad no deseada que puede resultar provocada por múltiples cuestiones que afectan a su día a día y, cómo no, a las dificultades habituales de estas personas para la inclusión en la vida cotidiana, como el acceso al empleo, la educación, la cultura, el ocio, incluso la sanidad o los servicios sociales, tan necesarios en muchas ocasiones.

Por eso, este estudio, más allá de dar respuestas, que también, nos enfrenta a una realidad con datos incontestables. Y nos obliga, primero, a reflexionar y, luego, a buscar soluciones como sociedad, como ciudadanía comprometida que no puede permitir que una parte importante se enfrente a esta situación, a esta verdadera pandemia para la que algunos países incluso se han planteado crear ministerios o secretarías de estado, eso sí, dotados de la suficiente capacidad financiera y de actuación.  Porque las soluciones deberían ser transversales y también específicas, para evitar que esta realidad -que se considera en inicio como social-, se convierta en médica, como ya alertan los expertos.

Las soluciones no son fáciles y pasan por tejer redes de acompañamiento, redes de conocimiento, redes de vecindario, redes de compartir, redes de saludar, redes de conocer y empatizar, redes de conexión.  Hace apenas unos días una noticia nos ha removido el alma y confiemos que algunas conciencias: un hombre ha sido descubierto muerto en su casa de Valencia: llevaba 15 años fallecido sin que nadie le hubiera echado en falta. ¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Qué tenemos que hacer para evitar la soledad no deseada que pueda incluso conducir a estas noticias?

Un dato asoma en el estudio. La soledad es menor en poblaciones inferiores a 10.000 habitantes; quizás sea una pista. Porque no podemos dejar todo en manos de la IA y las nuevas tecnologías que, sin duda, pueden ayudar y de hecho lo hacen, y mucho; debemos insistir en que esas nuevas tecnologías nos sirvan también para acercarnos a la gente; y que sean tecnologías fáciles de usar, accesibles, sencillas y efectivas. 

Los poderes públicos, las administraciones, las organizaciones sociales, el tejido asociativo, los vecinos y cada uno de nosotros y nosotras tenemos que poner nuestro granito de arena porque, de lo contrario, no lograremos el objetivo. Sacar de la soledad; evitar la soledad; frenar el estigma de la soledad; porque te puede afectar no tener trabajo; no llegar a fin de mes; tener un problema de salud; ser joven o mayor; o tener una discapacidad; nadie está exento. Por eso, desde el Grupo Social ONCE nos lo hemos marcado como una prioridad en la que queremos que todas y todos sumen. No hay otra solución. 

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