Contigo Somos Once

Merche Bonilla durante su intervención en el el acto de presentación de la FOBV en Valencia.

Merche Bonilla, beneficiaria de la Fundación ONCE Baja Visión: “Ninguna discapacidad debe conseguir que te incapacite para hacer lo que te propongas”

La farmacéutica valenciana, que perdió visión a los 18 años mientras estudiaba en la Universidad de Valencia, trabaja desde hace casi dos décadas en la farmacia de la calle de la ONCE. Beneficiaria de la nueva Fundación ONCE Baja Visión (FOBV), defiende con serenidad y optimismo que la actitud lo cambia todo.

Merche Bonilla, como la conocen sus compañeros y vecinos del barrio, tiene 46 años y una energía contagiosa. Habla con una serenidad que solo dan los años de adaptación y aprendizaje. A los 18 años, en pleno camino hacia su sueño de convertirse en farmacéutica, una uveítis y un glaucoma cambiaron su rumbo: la pérdida de visión se instaló en su vida mientras cursaba los últimos años de carrera en la Universidad de Valencia. Hoy, casi dos décadas después, trabaja en la farmacia de la esquina de la calle de la ONCE, donde combina profesionalidad, empatía y una lección diaria de superación.

Recuerda aquellos primeros momentos con una mezcla de tensión y determinación. “Fue complicado”, confiesa. Tenía que aprobar las dos últimas asignaturas antes de un cambio de plan de estudios que le obligaría a empezar casi de nuevo. “Era una situación de muchísima presión. Me acababan de operar de cataratas y no me concedieron prórroga. Me presenté con una lupa de lectura y aprobé. Fue duro, pero lo conseguí”. Aquella experiencia, reconoce, marcó el comienzo de una nueva etapa vital: la de aceptar su realidad y decidir que no se rendiría.

Con el paso de los años ha comprendido que el mayor peso no fue el suyo, sino el de sus padres. Lo más duro fue verlos sufrir. Yo llevaba gafas desde los cinco años, pero lo mío era una miopía normal. Cuando me dijeron que no volvería a ver bien, ellos se derrumbaron. Fue muy difícil para todos”. Su entorno más cercano también tuvo que adaptarse, entre incomprensiones y aprendizajes. “Hubo momentos de no entender lo que me pasaba, de sentirme limitada, pero aprendes a adaptarte y a seguir adelante”.

La fortaleza interior de Merche se forjó entonces. “Mis ganas de vivir y de salir adelante pudieron más que cualquier obstáculo”, afirma. “Siempre he pensado: si hay personas ciegas que se desarrollan plenamente, ¿por qué no voy a hacerlo yo con mis limitaciones?”. Esa convicción la ha acompañado desde entonces. Su lema vital, dice, es sencillo pero poderoso: “Cada uno tiene que aprender a vivir con sus circunstancias”.

Desde hace 19 años, Merche trabaja en la farmacia situada junto a la calle de la ONCE, un espacio que siente como propio. “Para mí, esto es mi barrio, aunque no viva aquí”, asegura con orgullo. “Participar en la presentación de la Fundación ONCE Baja Visión ha sido un regalo. Me siento muy agradecida y respaldada. Es una forma de dar visibilidad a mi situación y de sentirme más integrada en esta gran familia”.

Su día a día en el mostrador no está exento de desafíos. “Hay cosas que ni con las ayudas ópticas consigo ver, como los códigos nacionales minúsculos en las cajas”, explica. “Por suerte, tengo unos compañeros que son un apoyo constante”. Además, se apoya en diversas adaptaciones visuales y tecnológicas: gafas personalizadas, suplementos con clip para aumentar la imagen y herramientas digitales que la ayudan a ampliar etiquetas o textos. “Antes todo esto era impensable. La tecnología ha sido una aliada enorme, me permite trabajar con más autonomía y confianza”.

Mesa redonda en la que intervino Merche Bonilla junto al resto de participantes.


Merche agradece también la formación recibida de Fidel, instructor tiflotécnico de la ONCE, quien le enseñó las posibilidades de los ordenadores adaptados. “Gracias a él aprendí a manejar los contrastes, el zoom y los programas específicos. En mi trabajo, los contrastes en pantalla y la ampliación de texto son esenciales. Me paso el día pegada al monitor, y aunque eso me deja el cuello dolorido, es lo que me permite seguir haciendo bien mi trabajo”.

En casa, su familia es su mayor motor. Tiene dos hijas que, desde pequeñas, han convivido con naturalidad con la baja visión de su madre. “Son dos soles, siempre pendientes de mí. Cuando eran pequeñas, me leían los precios o las caducidades; ahora, si entramos en sitios con poca luz, me avisan de los escalones. Me emociona que se sientan orgullosas de su madre, de que, a pesar de las dificultades, no se rinde nunca”.

A lo largo de estos años, Merche ha aprendido que la actitud lo cambia todo. Su consejo para quien recibe un diagnóstico similar es claro: “La clave es cómo lo afrontas. Si piensas que es el fin del mundo, te hundes. Pero si aceptas la situación, te adaptas y tiras hacia adelante. La resiliencia es la palabra que mejor define este proceso. La vida es una, y hay que disfrutarla dentro de nuestras posibilidades”.

En su discurso hay una fuerza tranquila, una mezcla de aceptación y lucha. No niega los obstáculos, pero tampoco les da poder sobre su vida. “Tener una discapacidad no significa ser incapaz. No me gusta esa palabra, aunque tenga el reconocimiento oficial. Yo me siento capaz de hacer casi todo lo que me propongo. Puede que tarde más o lo haga de otra manera, pero lo hago”. Y remata, convencida: “Ninguna discapacidad debe conseguir que te incapacite para hacer lo que te propongas”.

Su historia, tejida entre el mostrador de la farmacia, las pantallas adaptadas y la sonrisa de sus hijas, es un ejemplo luminoso de cómo la baja visión no apaga la mirada, sino que enseña a ver la vida con otros ojos: los de la fortaleza, la empatía y la esperanza.

Partekatu :
Alberto Bartolomé