Contigo Somos Once

Mariana Senzano desfila, al ritmo de la música y con su bastón blanco, en la pasarela inclusiva Gasteiz-On, en el Palacio Europa de Vitoria

Mariana Senzano: "Soy ciega y puedo lucirme con mi propio estilo y bastón blanco"

Es la joven vendedora de la ONCE que ha desfilado en la pasarela inclusiva de Otoño-Invierno Gasteiz-On

Aires de pasarela. “A mi todo esto me encanta y ojalá pudiera dedicarme a este mundo como profesional”, declara Mariana Senzano Vaca, de 24 años, nacida en Bolivia. Sin llegar a cumplir los dos aterrizó en Vitoria-Gasteiz, capital de la Comunidad Autónoma del País Vasco, y hasta el día de hoy. La propuesta del desfile, de la mano de la ONCE, para impulsar la inclusión de las personas ciegas o con discapacidad visual en el mundo de la moda, le vino como anillo al dedo. 

Y el sueño se abre camino. Junto a modelos profesionales la joven ciega lucía palmito con estilazo propio deslizando su bastón blanco para no perder comba. En el Palacio Europa, durante tres días de noviembre, se celebraba la que ha sido 47 edición de tan veterana Pasarela de Moda, con la presentación de nuevas tendencias del comercio local para la temporada más fría del año. 

Orgullosa y feliz por su actuación, Mariana apuesta por formarse en estos lares. La intención le viene de antaño, claro. Las circunstancias personales y profesionales le han ido frenando en ese deseo, también por verse compensada con el nacimiento de su pequeño Dylan.   

Juventud divino tesoro. Junto con Rafa, su pareja, tiene toda ‘o casi’ toda la vida por delante para cumplir muchos de los sueños. Uno de ellos “muy buscado, con mucho amor” era tener un bebé. Y ahí está, a punto de cumplir un añito.

A simple vista, su historia parece sencilla. Ninguna lo es. No pocas veces, normalizar los acontecimientos pasa factura. Porque difícil es expresar la impotencia cuando eres niño/niña y se sufre de bullying por inexplicables razones. De acoso emocional, que rozó el físico, refiere en su etapa escolar. Aún no había perdido el sentido de la vista, puntualiza, pero le costó remontar el curso de sexto de Primaria. 

Sin marcha atrás. Con trece años se quedó ciega. Hasta esa edad se defendía bien con el uso de gafas graduadas. La retahíla de intervenciones quirúrgicas a causa de “una negligencia médica”, califica sin acritud, le iba salvando la vista hasta que no hubo marcha atrás. Le costó aceptar tener que manejarse con el bastón blanco “en plena adolescencia; he sido muy rebelde con el tema del bastón”, asegura. Quizá temía que volvieran a la carga los tiempos del acoso... pero, no fue así.

“Cuando perdí la vista fui a la psicóloga de la ONCE; estaba en ese momento de ‘no quiero saber nada de nadie”, dice. Y, sí, claro, le costó remontar y aceptar la realidad que le venía rondando desde niña. Quién se iba a imaginar... De antaño, arrancó el largo proceso hacia la ceguera con lo que se calificó  “de alergia” a un medicamento para controlar la fiebre. Tenía cinco años.

“Creo que estuve unas tres semanas en coma; le decían a mi madre que seguramente no iba a salir y si salía iba a tener secuelas muy graves: problemas en el corazón, en los riñones... en los órganos vitales. Pero, al final, desperté del coma y dentro de ‘lo muy grave’, de lo malo, lo único que me afectó fue a los ojos”, relata echando la vista atrás. 

Tiene recuerdos borrosos de aquella época. “A raíz de tener una fiebre tan alta, se me quemaron las córneas y además me afectó a la piel, que estaba totalmente quemada...”. El roce de las gasas y las curas “en los labios sobre todo”, apostilla, “me dolían un montón... y recuerdo a la enfermera, que me hablaba bajito”

El trasplante de córnea llegó a la postre, cayó en buenas manos. Eso sí, se sucedieron desde entonces un sinfín de operaciones para mantener a raya la visión hasta el desenlace con su pérdida cuando contaba 13 años.

Entró de lleno en la ONCE y empezó a participar en un sinfín de actividades tanto culturales como deportivas con la práctica del goalball. Incluso conoció, en el mismo colegio de la ONCE en Madrid, a quien iba a elegir de futuro como compañero de vida y formar una familia. “Rafa ha sido la única persona con la que realmente he visualizado un futuro, con familia y todo. Y se ha hecho realidad”, apostilla. 

Y empezó a despuntar y tener seguridad en sus decisiones, sin sentirse el patito feo de antaño. “Sí, soy ciega, tengo que usar el bastón blanco pero simplemente es eso. Hago mi vida normal, he sido madre y soy feliz... Mi vida podría haber sido peor o haberla perdido; pero siempre me quedo con lo positivo, que es mucho”.

Ser centinela de la ilusión de la ONCE, desde los 18 años, le ha dado la oportunidad de perder gran parte de su timidez. Arrancó la venta ‘a pie de calle’, en el año de la pandemia. Y le tocó confinamiento como a todo el mundo. Recuperado el aliento pidió el traslado a Córdoba, de donde es su pareja -vendedor de la ONCE, también-, para continuar repartiendo ilusión de los productos de lotería social, segura, responsable y solidaria de la ONCE. En la ciudad andaluza nació su hijo y en la actualidad reside en Vitoria, de nuevo. Y anda a la espera de reincorporarse a su labor. “La ONCE pone todo su empeño en cuidarnos, al fin y al cabo, somos sus afiliados ciegos y es nuestra Casa. Les voy a agradecer siempre su atención”, concluye.
 

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Genoveva Benito
Periodista