Contigo Somos Once

Rubén Domínguez durante la entrevista mantenida en su centro de trabajo en la empresa GMV

Rubén Domínguez, matemático que guía satélites europeos: "Antes que ciego soy una persona más que hace su trabajo"

Trabaja como programador en el proyecto Galileo de la Agencia Espacial Europea, desde la empresa GMV, demostrando que la verdadera visión nace del conocimiento y de la tecnología accesible

Rubén Domínguez nació con ceguera por atrofia del nervio óptico y hoy forma parte del equipo que desarrolla y mantiene el sistema de navegación Galileo, el “GPS europeo” impulsado por la Agencia Espacial Europea (ESA). Desde su puesto en GMV escribe el código que permite a millones de personas orientarse cada día, sin ver la pantalla, gracias a la tiflotecnología y a una determinación que rompe estereotipos. Su historia conecta de lleno con la nueva campaña institucional del Grupo Social ONCE, “Un planeta más inclusivo es un mundo mejor. Aquí y en Marte”, en la que participa como uno de sus protagonistas.

A Rubén le presentan a menudo como el “matemático ciego que guía satélites europeos”, pero a él le gustaría que, detrás de esa etiqueta, la gente viera ante todo a “una persona más haciendo su trabajo”. Entiende que su perfil llame la atención porque es ciego y trabaja en un entorno espacial altamente tecnificado, pero insiste en que la verdadera normalidad llegaría cuando pudiera “pasar desapercibido”. Recuerda que a ninguno de sus compañeros les preguntan cómo se sienten programando para Galileo, y le gustaría que algún día a él tampoco se le viera como una excepción, sino como parte natural del equipo.

Esa idea se enlaza con una frase que repite a menudo: “antes que ciego, soy persona”. Rubén sabe por experiencia que hay muchos estereotipos sobre la discapacidad y que la sociedad tiende a pensar que todas las personas ciegas necesitan lo mismo. Explica que, en su caso, puede requerir que alguien le lea un cartel que no va a ver, pero eso no significa que tenga que ir siempre cogido del brazo de otra persona. Él puede caminar con su perro guía o con su bastón blanco, mientras que otra persona ciega puede preferir hacerlo de otra forma. Para Rubén, la clave está en entender que “cada persona es distinta” y que la ceguera no define por completo ni las necesidades ni la manera de vivir.

Su día a día como profesional es, en muchos aspectos, el de cualquier programador que trabaja en un gran proyecto tecnológico. Alterna jornadas de teletrabajo desde casa con días en la oficina, pero en ambos casos la dinámica es similar: ordenador, correo, reuniones y muchas líneas de código. Forma parte de un equipo multidisciplinar con tareas asignadas y comienza la jornada planificando tiempos y prioridades. Después se sumerge en la programación, la revisión de código, la documentación y el seguimiento de los sistemas del centro de control, todo ello con el apoyo de un lector de pantalla y de una línea braille que le permiten “ver” lo que otros ven con los ojos.

En un sector tan tecnificado como el espacial, Rubén se apoya en herramientas comunes y accesibles al mismo tiempo. Para programar utiliza Visual Studio Code, un entorno de desarrollo que le permite escribir, compilar y depurar código de manera eficiente. Para la documentación y la comunicación interna recurre, como cualquier otro miembro del equipo, a la suite de Microsoft (Word, Excel, PowerPoint) y a las plataformas corporativas de trabajo en grupo. La diferencia es que, sobre estos entornos, se apoyan un lector de pantalla, JAWS, y una línea braille, que traducen la información visual en voz y puntos en relieve. No puede usar de forma generalizada inteligencias artificiales por cuestiones de confidencialidad del proyecto, pero sí dispone de toda la tiflotecnología necesaria para rendir al máximo nivel.

Con esa experiencia a sus espaldas, Rubén anima a los jóvenes con discapacidad visual que sienten interés por la ciencia o la tecnología a que den el paso. A su juicio, el consejo es claro: si les gusta, “que lo intenten”. Recuerda que hoy existen muchos apoyos, desde la adaptación de estudios hasta la adaptación de puestos de trabajo, y que la ONCE facilita gran parte de esos recursos sin coste directo para la persona afiliada, algo que considera “una ventaja enorme”.

Lo más difícil, admite, no son las herramientas técnicas, sino romper ciertas barreras psicológicas de quien entrevista o contrata. Cuando una persona tiene claro lo que puede hacer, conoce sus límites y es capaz de demostrarlo, ese muro empieza a caer.

Su participación en la campaña del Grupo Social ONCE “Un planeta más inclusivo es un mundo mejor. Aquí y en Marte” le parece una oportunidad para mirar al futuro desde otro ángulo. Si la humanidad sueña con llegar a Marte, Rubén tiene claro qué valor no puede faltar en ese viaje: la empatía. Considera que no se trata solo de discapacidad, sino de “cómo nos tratamos unos a otros”.

Para él, una sociedad que quiere progresar necesita tolerancia y capacidad de ponerse en el lugar de quien tiene al lado, piense como piense, vea o no vea, se desplace como se desplace. Solo así, dice, será posible construir una humanidad más cohesionada, aquí o en cualquier planeta.

Cuando se habla de accesibilidad en ciudades como Madrid, Rubén reconoce que se han dado pasos importantes, pero que aún quedan muchos retos por delante. Recuerda ejemplos muy concretos: semáforos que dejan de sonar por la noche, pantallas en centros de salud, ayuntamientos u oficinas públicas que no son accesibles, o sistemas de turnos que no hablan. Sin embargo, va más allá de las medidas puntuales y pone el foco en el diseño universal. Para él, el cambio real llegará cuando las cosas se piensen “desde el principio para todos”. Confía en que, a medida que esto ocurra, la sociedad hará ese “clic” que cambie el paradigma y dejará de ser necesario reclamar accesibilidad en cada esquina.

En esa búsqueda de autonomía, los perros guía han sido y son una parte fundamental de su vida. James, su actual compañero, es ya el cuarto perro guía que le acompaña en su trayectoria. Rubén explica que, aunque con el bastón puede hacer prácticamente todo, el perro reduce de forma notable el estrés del desplazamiento. Con él puede concentrarse en el destino, mientras el animal se encarga de esquivar obstáculos y trazar trayectorias seguras. Pero la aportación de James va más allá de la movilidad: le aporta compañía, cariño y equilibrio emocional. Cuando llega a casa después de un día complicado, el perro se acerca, busca contacto y, de algún modo, le recuerda que, pese a las dificultades, la vida sigue teniendo muchas cosas buenas.

Hablar de su trabajo en el proyecto Galileo es hablar también de emociones fuertes. Rubén destaca especialmente los momentos en los que se produce un lanzamiento de satélites. Cada vez que uno de ellos despega, siente que forma parte de algo mucho mayor que él mismo. Sabe que ese satélite será controlado desde un centro en cuyo software ha participado o que seguirá órbitas que han sido calculadas, en parte, gracias a su trabajo. Esa sensación de contribución real a un sistema que utilizan millones de personas en su vida diaria le resulta “muy bonita” y refuerza la idea de que la ceguera no le ha impedido alcanzar un nivel de excelencia científica.

A quienes se preguntan cómo es posible hacer matemáticas sin ver, Rubén les responde que la matemática no es solo imagen. Aunque existan gráficos y representaciones visuales, el corazón de su disciplina son el álgebra, la abstracción y la geometría mental. Explica que los profesionales del sector, aun cuando ven curvas y diagramas en la pantalla, saben que lo importante es lo que hay detrás de esas imágenes. En su caso, esa información se traduce en símbolos, estructuras y relaciones que puede manejar desde el braille y la voz. El satélite, recuerda, no necesita que él lo vea; necesita que entienda dónde está y cómo se mueve, y eso se consigue con conocimiento, no con visión.

Quizá el mensaje más delicado que comparte Rubén está dirigido a quienes acaban de perder visión o atraviesan un momento de incertidumbre por un posible diagnóstico. Él es ciego de nacimiento y admite que le cuesta ponerse por completo en el lugar de alguien que ve y deja de ver, pero intenta imaginarlo pensando en lo que sentiría si perdiera el oído. Está convencido de que hay “tiempos para todo”: un tiempo para el impacto, la tristeza y el duelo, y otro para ir descubriendo que la vida continúa.

Reconoce que la vista es muy importante en la sociedad actual, pero insiste en que eso no significa que la historia personal se acabe. Anima a apoyarse en la familia, en el entorno cercano y en profesionales como los de la ONCE, que pueden enseñar a vivir de otra manera, a recuperar autonomía y a encontrar nuevos caminos. Su mensaje final es claro: la vida no termina con la ceguera, no es un punto final, sino una forma distinta de mirar y de estar en el mundo.

La trayectoria de Rubén Domínguez, tejida entre órbitas satelitales, líneas de código, perros guía y tecnología accesible, demuestra que la discapacidad visual no es un muro, sino un punto de partida diferente. Su historia recuerda que, combinando formación, empatía, diseño inclusivo y apoyo adecuado, es posible que cualquiera, vea o no vea, encuentre su lugar, aquí en la Tierra… y, quién sabe, quizá algún día también en Marte.

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Alberto Bartolomé