
El valor de una fase B en los proyectos piloto de innovación
En ONCE Innova, muchas veces hablamos de pilotos como el corazón de nuestra forma de innovar. Son pequeñas pruebas controladas que nos permiten experimentar, equivocarnos pronto (y barato) y aprender mucho antes de pensar en un posible despliegue a mayor escala. Pero ¿por qué en algunos casos decidimos hacer una fase B de ese piloto antes de escalar? ¿Y por qué eso no significa que todos los proyectos necesiten una?
La respuesta corta: porque una fase B puede marcar la diferencia entre una buena idea... y una solución realmente preparada para funcionar dentro de la riqueza y diversidad de nuestra organización.
No se trata de dudar. Se trata de afinar.
Una segunda fase no implica que algo haya salido mal. Al contrario: hacer una iteración después de un primer piloto exitoso puede ser justo lo que necesitamos para:
- Confirmar que los ajustes realizados a partir del feedback son acertados.
- Revalidar aprendizajes obtenidos en la primera fase.
- Medir mejoras en la efectividad, el valor entregado o el enfoque.
- Detectar aspectos críticos para el escalado que no aparecieron en la primera ronda.
A veces, un simple focus group adicional, como hicimos recientemente en el proyecto “Pautas de relación con personas con discapacidad visual”, nos permite descubrir aspectos logísticos, administrativos o culturales que podrían afectar al futuro del despliegue. Por ejemplo, preguntas clave como: ¿cuál es la política de traslado más eficiente para agencias pequeñas? ¿Dónde se imputan determinados gastos cuando el piloto escala a nivel nacional? Este tipo de cuestiones no suelen aparecer en la primera vuelta, pero son fundamentales para una implementación realista.
Validar la escalabilidad es diferente a validar la hipótesis
Muchas veces, un piloto nos permite confirmar que la idea es buena. Pero eso no garantiza que esté lista para escalar. La primera fase suele tener objetivos acotados y un alcance limitado, y no es justo pedirle más. Una fase B nos permite dar un paso más y empezar a mirar la viabilidad de llevar esa solución a toda la organización, con todo lo que eso implica: más usuarios, más realidades, más barreras y más necesidades.
Un ejemplo reciente: con el proyecto UPhint, un software que genera guías de aprendizaje automáticas con capturas de pantalla y explicaciones en formato tutorial, comprobamos que la solución tenía potencial… pero también detectamos que su accesibilidad, tanto en la guía como en la ejecución, requería una revisión más profunda. Esta segunda fase nos está permitiendo evaluar si realmente puede (y debe) escalar al 100% de la organización, o si necesitamos plantear una replicabilidad adaptada adaptada o incluso repensar la propuesta.
¿Significa esto que siempre hay que hacer fases B?
No. Y es importante que lo dejemos claro. No todos los pilotos necesitan una fase B. A veces, es más eficiente escalar directamente o permitir que otras áreas impulsen el despliegue según sus propias condiciones. ONCE Innova busca ser un facilitador del cambio, no un freno, y por eso es importante evitar caer en una cultura del 'no mover nada hasta tener certezas absolutas'.
Las fases B no son una receta universal. Son una herramienta que usamos cuando realmente aportan valor: para tomar decisiones informadas, minimizar riesgos y asegurarnos de que las soluciones no sólo son buenas… sino también viables dentro de nuestra realidad organizativa.
Porque, al final, innovar también es saber cuándo hay que frenar un momento para mirar mejor.