Contigo Somos Once

Mabel Guzmán: "La ONCE me ha dado mi segunda oportunidad de vida tras 20 años como soldado"

Tras dos décadas en el Ejército, ahora reparte juego, a pie de calle, por tierras gallegas

Orden y disciplina. Luce feliz, sonriente, con su mesa expositora de los productos de lotería social, segura, responsable y solidaria de la Organización de ciegos. María Isabel Guzmán Santiso, de Silleda (Pontevedra), que cumplirá los 47 años en noviembre, lleva dos años y medio como agente vendedora. “Estoy supercontenta de estar aquí, en la ONCE”, declara.

Por fuerza mayor, tiempo atrás dejó las Fuerzas Armadas españolas, con servicio en el Ejército de Tierra durante dos décadas. Una grave lesión física la retiró del ejercicio con el rango de cabo primero militar. Dura fue la adaptación a su nueva realidad; superado el trance ha encontrado su lugar en la ONCE. 

“Conocer a gente nueva me dio la vida”, remarca mientras conversamos vía teléfono móvil, y atiende ‘a la par’ a un paisano que, se intuye por la escucha, le entrega un cupón para comprobar si está premiado. “Mire, le caducó”, le dice; y se lleva otro cupón de diario de la ONCE...  Mabel, tal y como a ella le gusta ser nombrada, le apunta el precio: “dos euritos”.  Y es que para no interrumpir en demasía su labor, como flamante centinela de la ilusión, hemos pactado no parar en los paréntesis de la entrevista. Ella no pierde ni un segundo en la venta y tenemos la posibilidad de tomar el pulso del acontecer cotidiano, en una mínima parte de su trabajo diario. 

Resuelta resuelve con amabilidad, sin perder el hilo de la conversación iniciada o dando respuesta a la pregunta planteada... Fragmento de lo expuesto

Es jueves y hoy le toca hacer su jornada en la localidad de Boiro, con su bien ordenado y vistoso expositor copado de los productos de la ONCE. Otros días tira de ruta de venta por el concello de Dodro. Según los días así le va en la venta, “los más flojitos son los miércoles y jueves”, comenta. También ha repartido algún que otro premio interesante como los 50.000 euros, que dio en enero, en el Súper 11. Y se ilusiona sólo con pensar en dar un gran premio... “Eso espero, eso quiero”, apostilla. 

Y se ha abierto una cuenta en Instagram (@mabe.once) para darse a conocer en su nueva faceta, con los colores de la ONCE. “Se me ocurrió porque hay que darse publicidad... y lo que pita son las redes sociales ¿no?”, comenta dicharachera. “En el día a día te pasan mil cosas y las voy contando en un tono divertido y con sentido del humor”, asegura. En su Facebook personal (con foto del día de su boda y sus dos hijos) comparte similares historias. 

Nada que ver con su etapa en el Ejército. No es comparable, claro. Entró de militar, como soldado, apenas cumplidos los 19 años. Fue una decisión casual, oportuna quizá o fruto de aquel deseo infantil cuando su abuelo le contaba anécdotas de la guerra en la que luchó. “Mi abuelo vivía en casa con nosotros, estaba en silla de ruedas. Me contaba historietas que les pasaban pero no las cosas malas de la guerra... No sé, me picó ese gusanillo y siempre le decía: Abuelo, cuando sea mayor voy a ir a la mili como tú. Y me respondía: las muyeres no van a la mili”, relata al filo de la emoción, interrumpida por un inoportuno traductor de voz automático del teléfono. Fragmento de la conversación y lucha con el teléfono que habla solo

Mejor tomarlo con humor. Mabel anda de estreno con el móvil y aunque tiene capacidad de sobra para atender a los clientes, muchos ya son amigos por el tiempo en la venta, y llevar a buen puerto nuestra conversación, se hace cuesta arriba que la tecnología punta interfiera sin control. “Es mi teléfono nuevo, muy moderno y no sé cómo se quita.... Nos reímos, realiza pruebas sobre la marcha, y en la tercera toma reanudamos la charla amigable.

Con la mirada puesta en su pasado infantil, recupera aquel recuerdo con su abuelo; tenía apenas ocho años. De ahí, salta en el tiempo hacia su adolescencia y juventud, con la selectividad en ciernes para entrar a la etapa universitaria... “y como no me daba la nota para hacer Historia, entré en Filología gallega en la universidad de Santiago de Compostela”.

Enseguida se dio cuenta de que ‘las letras’ no iban a marcar su camino. “Estuve un trimestre en Filología y no me gustó. Me volví a casa para no seguir gastando dinero porque mis padres tenían que pagarme el piso (en Santiago) y todos los gastos”, señala con cierta responsabilidad.

Corría 1999. Nada que tuviera que ver con el Ejército se le había pasado por la cabeza. La historia del abuelo “se había quedado dormida”. Y ese mágico año del ‘99, lo vio meridianamente claro. “Vinieron los de captación del Ejército a mi pueblo...”, según explica. Decidió probar suerte, sin grandes esperanzas “porque no preparé nada”, dice, pero superó las pruebas y entró en el Ejército.

Se le abría todo un abanico de posibilidades y preparación al alcance de la mano. En la cadena de mando ascendería de soldado raso a cabo primero. “Estaba en la Unidad de Zapadores del Ejército de Tierra”, refiere con orgullo de su profesión y por haber formado parte de misiones militares en Kosovo (año 2000), Irak (2003), Pakistán (2005) y en el Líbano (2007). 

Entre misión y misión se sacó la carrera de Trabajo Social, en Educación a Distancia. Y es más, durante un año se formó en Calatayud (Zaragoza) para especializarse en tareas de Administración del Ejército. Intensa y extensa su trayectoria laboral, que le ha marcado sin lugar a dudas. Cómo no hacerlo cuando la acción y la rapidez de reflejos juegan a favor o en contra de la propia existencia. 

La superación de obstáculos y la construcción de infraestructuras como en la destruida Kosovo, o la desactivación de explosivos en el caso de Irak ya forman parte del pasado de Mabel, diestra conductora del equipo Tedax (especialistas en la desactivación de artefactos explosivos).


La curiosidad invita al traslado, por aquellas tierras que parecen tan lejanas. De alguna manera, las vivencias dejan huella... o no. Sin prisa pero sin pausa, con algún que otro paréntesis al hilo de la venta en directo mientras conversamos, nuestra protagonista desgrana sensaciones pasadas...“La misión en Kosovo fue relativamente tranquila; iba con mi Unidad de Zapadores y éramos como albañiles que reconstruyen lo que estaba destruido... Los kosovares andaban en guerra con los serbios. Y sí, había lío, atacaban iglesias ortodoxas, tiraban puentes. Estábamos allí para reconstruir y no tuve ninguna situación de peligro real”, asegura sin paliativos. 

Distinto se tornó la historia en Irak. Ahí sí que nos llamaban a cualquier hora, a lo mejor a las cuatro de la madrugada teníamos que ir a un camino porque habían encontrado un artefacto peligroso y había que desactivarlo...”. Se detiene, de pronto, en su relato.  Alguien se ha acercado a Mabel que está, a pie de calle, vendiendo los productos de juego de la ONCE. 

Escucho cómo la máquina del TPV lee el código de barras de un cupón de la ONCE, conversan y remata con un “gracias y suerte”. Retoma el punto del recuerdo allí donde lo había dejado, reconociendo que “en Irak sí vivías más en tensión”. Detrás del coche Todoterreno, que llevaba en la misión, le seguía un camión con el robot y material para desactivar o explosionar el artefacto localizado. 

Quién dijo miedo. Mabel iba a dar su respuesta -“estás en tensión, mas bien; yo miedo, miedo...”- y se adelanta un nuevo cliente, que requiere su atención. “A ver, un segundito; hoy estoy pluriempleada”, bromea sin acritud.  Le sonríe la voz: “muchas gracias y suerte”.  

La deliberación le lleva a admitir que tuvo, en aquellas circunstancias en Irak, “un poquito de miedo... sí”. No deja de ser una situación de peligro donde “el respeto por lo que estás haciendo es lo primordial”, al margen de miedos reales o  imaginados. “Estás en tensión porque no sabes si te pueden atacar o si es una trampa... La adrenalina la tienes a tope, en Irak. Cuando llegué a España sí me desperté muchas veces gritando”.

El devastador terremoto, en la región de Cachemira, entre India y Pakistán fue el motivo de la misión de ayuda humanitaria que la llevó hasta aquellas tierras. Un despliegue militar de reconstrucción de la zona; en su caso, le tocó servicio en las oficinas a raíz de su formación administrativa. “Allí fue más tranquila la cosa”, admite. Similar tesitura en su paso por el Líbano, como conductora del vehículo de un alto responsable de la Unidad de Zapadores o en las oficinas militares. Nada comparable con la compleja situación actual en el Oriente Medio. 

Contaba los 40 años. A raíz de una caída fortuita mientras hacía ejercicio físico para mantenerse en forma, y de exigencia en el Ejército, fue el comienzo de un largo proceso que concluyó en discapacidad. Aceptar el retiro de su quehacer militar le costó sudor y lágrimas... “que conste que echo de menos ese trabajo y a mis buenos amigos, siempre en mi corazón. Son muchos años, la mitad de mi vida en el Ejército”

Reinventarse o morir. La posibilidad de trabajar en la ONCE se le presentó como una buena opción, un amigo le aconsejó probar en la venta y... mano de santo. “Estoy muy contenta, ha sido una segunda oportunidad de vida. En casa me agobiaba, me sentía inútil ... empiezas a trabajar de nuevo y a conocer otras personas y ves que eres útil. Para mí la ONCE ha supuesto todo, me sacó de una depresión”, concluye.
 

Partekatu :
Genoveva Benito
Periodista